AMOSTRA DE LITERATURA GERAL: LIVRO DE FICÇÃO

ESPANHOL (ARGENTINA)

Cuando oyó el primer sonido, el niño jugaba solo en el comedor de la casa.

Se había levantado y, en silencio, se dirigió a la cocina, tomó un vaso del estante, abrió la heladera y se sirvió agua.

Luego, cortó un trozo de pan que sacó de la panera, y comió y bebió con fruición, allí, de pie frente a la mesada de la cocina.

Después, y siempre con movimientos que amortiguaban el menor ruido, llegó al pasillo, abrió el cajón del armario, sacó del fondo su cuaderno de tapas amarillas y tomó el lápiz que siempre escondía en ese mismo cajón.

Por el pasillo, el niño se reencaminó hasta el comedor.

Abrió las persianas y permitió que esa luz transparente, de intensidad amarillenta, tal vez verdosa, untara cada recoveco de la habitación.

Una tenue brisa le llevó la sensación de que los árboles cercanos susurraban el gozo de todo lo que vive, la promesa de las horas por transcurrir, el silencio de regiones lejanas del mundo.

Inspiró profundamente, y permitió que la voz de la brisa pronunciara su nombre en el fondo de los pulmones.

El niño se sentó a la mesa de madera, allí, en su lugar predilecto a esa hora de la mañana, justo frente a la ventana abierta.

El niño alcanzaba a ver un trozo de cielo celeste y límpido que enmarcaban las copas de los árboles escasos de su barrio, bastante alejado del ajetreado centro de la ciudad.

Y se dispuso a desarrollar lo que él consideraba un juego.

Esa mañana, la luz de marzo ya delataba la proximidad del otoño en el hemisferio sur.

El verdor de las hojas se reflejaba en todo lo que veía.

Las sombras livianas de las calles, y el profundo susurro de muebles y cuadros y recuerdos lo invitaban a describir sobre el papel las siluetas de su pensamiento, los relieves y meandros de sus sueños, el sentimiento que su corazón hacía vibrar más allá de su cuerpo y alrededor de su cuerpo.

Y ensayó diseños sobre las hojas de su cuaderno, siempre en silencio y con ese discurso de las puntas de los lápices cuando se deslizan sobre la superficie del papel.

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PORTUGUÊS (BRASIL)

Quando ouviu o primeiro som, o menino brincava sozinho na sala de jantar da casa.

Ele tinha se levantado e, em silêncio, se dirigiu à cozinha, pegou um copo do gabinete, abriu a geladeira e serviu-se de água.

Em seguida, cortou um pedaço de pão que tirou do cesto de pães, e comeu e bebeu com satisfação ali, em pé na frente da bancada da cozinha.

Depois, e sempre com movimentos que abafavam o menor ruído, chegou ao corredor, abriu a gaveta do armário, tirou lá do fundo seu caderno de capa amarela e pegou o lápis que sempre escondia nessa mesma gaveta.

Pelo corredor, o menino se dirigiu novamente à sala de jantar.

Abriu as persianas e permitiu que essa luz transparente, de intensidade amarelada, talvez esverdeada, untasse cada recanto do cômodo.

Uma brisa tênue levou até ele a sensação de que as árvores próximas sussurravam a alegria de viver, a promessa das horas por vir, o silêncio de regiões distantes do mundo.

Inspirou profundamente e permitiu que a voz da brisa pronunciasse seu nome no fundo de seus pulmões.

O menino sentou-se à mesa de madeira, ali em seu lugar predileto a essa hora da manhã, bem de frente para a janela aberta.

Ele conseguia ver um pedaço do céu azul e límpido que as copas das árvores escassas de seu bairro emolduravam, bairro bastante distante do agitado centro da cidade.

E começou a desenvolver o que ele considerava um jogo.

Essa manhã, a luz de março já delatava a proximidade do outono no hemisfério sul.

O verdor das folhas se refletia em tudo o que via.

As sombras leves das ruas e o profundo sussurro de móveis e quadros e lembranças o convidavam a descrever sobre o papel as silhuetas de seu pensamento, os relevos e meandros de seus sonhos, o sentimento que seu coração fazia vibrar além de seu corpo e ao redor dele.

E rascunhou desenhos sobre as folhas de seu caderno, sempre em silêncio e com esse discurso das pontas dos lápis quando deslizam sobre a superfície do papel.